Monseñor Leonidas Proaño: El tejedor de cabezas
Una vida dedicada por entero a los más pobres de entre los pobres: los indígenas. Hay que reconocer con orgullo, decía, que tenemos sangre india y que -juntamente con ella- hemos recibido de ellos, admitámoslo o no, valores culturales indígenas.
Ángela Portilla Caballero
El 16 de noviembre de 1965, a pocos días de finalizar el Concilio Vaticano II convocado por Juan XXIII, un grupo de obispos, liderado por Monseñor Dom Helder Cámara, celebró una misa en las catacumbas de la iglesia de Santa Domitila, comprome-tiéndose a vivir en pobreza, a rechazar todos los símbolos o privilegios de poder y a colocar a los pobres en el centro de la labor pastoral. Esta reunión, a la que llamaron ‘Pacto de las catacumbas’, revolucionó la Iglesia, especialmente la latinoamericana, porque fue acá donde “la opción preferencial por los pobres” tomó fuerza.
Para Monseñor Leonidas Proaño -uno de los 40 obispos firmantes del pacto-, este compromiso constituyó la ratificación de una praxis que él había empezado años antes.
Nombrado obispo de la Diócesis de Chimborazo, en 1954, le escribe a un amigo: “Me pregunta que cuándo escribiré una carta pastoral sobre el indio… No quiero aumentar la literatura sobre el indio… estos miles de seres no son sino la miseria que se arrastra por los páramos. Cuando pueda decir ‘vamos a hacer esto en su favor’, entonces escribiré…”. Y apenas tiene armado el plan de acción, el joven profesor del Seminario Menor toma entonces su orientación definitiva.
El método
Leonidas Proaño desde muy joven tomó conciencia del imperativo de cambiar la estructura piramidal de la Iglesia para darle una dimensión comunitaria.
Por eso se apoyó en la metodología aplicada en las Juventudes Obreras Cristianas (la rama juvenil del movimiento internacional Acción Católica), que aplicó en Ibarra mientras ejercía el sacerdocio: “Ver la realidad en profundidad y averiguar sus causas para luego juzgarla, es decir, establecer una comparación entre lo que es y lo que debe ser y por último actuar, esto es tomar medidas para cambiar esa realidad”. A esto sumó la perspectiva de Paulo Freire con la pedagogía del oprimido. Y con estas experiencias elaboró un método propio.
Y fue en Chimborazo donde llevó a la práctica esta nueva forma de evangelización. En primer lugar dejar que los indígenas hablen para conocer su realidad, sus pensamientos, sus valores, su sabiduría, sus culturas. De ahí partía para una reinterpretación del evangelio basado en las sabidurías indígenas, comenzando por el idioma, luego los símbolos y las maneras de comunicarse. El siguiente paso fue el involucramiento de la comunidad: el Taita Obispo comenzó a preparar misioneros y misioneras indígenas que vayan a evangelizar a sus propios hermanos y hermanas. En otras palabras, hizo efectivos los postulados del Pacto de Roma: la Iglesia bajó al pueblo.
En 1962 fundó la emisora Escuelas Radiofónicas Populares del Ecuador, que comenzaron a alfabetizar en su propio idioma a la población indígena -el 90% era analfabeta. Junto con esta tarea se desarrollaron actividades de “concientiza-ción”, con la finalidad de “dignificar” al campesino e indígena.
Todo este trabajo fue impulsado por Monseñor con la ayuda de muchos sacerdotes, religiosas y seglares de la diócesis. Organizó con ellos grupos de reflexión, planificación y oración, para llevar adelante todo un movimiento de Iglesia y transformación social. Sin embargo, se encontró con férrea oposición de los hacendados y de las autoridades locales, así como también de la jerarquía de la iglesia Católica.
En 1970, en terrenos que fueron de la curia, monseñor Proaño organizó el Instituto Tepeyac, destinado a formar líderes en áreas prácticas: agricultura, ganadería y en capacitación, dirección (de grupos humanos). De estos grupos nacería en 1974 la Ecuarunari.
El compromiso
Leonidas Proaño propuso un compromiso político auténtico. Todos sus actos fueron producto de una profunda reflexión. Tenemos que reconocer con orgullo, decía, que “tenemos sangre indígena y que, juntamente con ella, hemos recibido de los indígenas, admitámoslo o no, valores culturales indígenas”.
La decisión de desprenderse de sus atuendos episcopales y optar por el poncho -al que le dio el carácter de “ornamento bienaventurado”- fue una opción revolucionaria que desafiaba las estructuras de poder religioso, económico y político, puesto que este atuendo simbolizaba la vestimenta de los oprimidos. Pero fue la entrega a los indígenas de las haciendas, que la Iglesia de Riobamba tenía en su poder desde la época colonial, lo que convenció al “establishment” que el obispo Proaño se les había escapado del redil.
Cuando la “sociedad civil” riobambeña lo urgió para la construcción de una catedral en su diócesis, señaló: “Se dice que una catedral es la expresión de la fe de un pueblo. A mí me parece que es todo lo contrario, que es la expresión de falta de fe. Mi misión es levantar a los indígenas que son los templos vivos de Dios aquí caídos y explotados… y no construir catedrales que sirvan de adorno”.
La militancia
A continuación del Concilio Vaticano II, monseñor Proaño lanzó una propuesta innovadora para hacer realidad la “Iglesia del pueblo” – “porque lo que llamamos pueblo quizá es ahora en buena parte masa, multitud. Tenemos que contribuir nosotros para que el pueblo sea realmente pueblo”. La nueva orientación planteaba que los servicios eclesiales los ofrecieran también los equipos pastorales. Conocida como “la carta roja”, circuló por 1966 esta propuesta que terminaba con los privilegios, los títulos, el dominio territorial. El planteamiento de monseñor Proaño se fortaleció durante la Conferencia General del Episcopado Latinoamericano efectuado en Medellín.
Promovió la creación del Frente de Solidaridad de Chimborazo que desarrolló tareas de apoyo a perseguidos en el país y a nivel latinoamericano a las víctimas de las crueles dictaduras que asolaban Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay.
En el proceso de edificación de la “Iglesia del pueblo” se enfrentó con la dura mano de la reacción. En su autobiografía recoge tres momentos: La visita apostólica (1973), los hechos de la comunidad de Totezinín (1974) y la detención de 55 personas ordenada por el ministro de Gobierno (1976). “El visitador apostólico -que llegó acompañado por agentes de seguridad política- me presentó un cuestionario de 21 preguntas… que si tenía contacto con los comunistas… que nuestra catequesis es comunista… Los campesinos, los amigos con su solidaridad expresaron su veredicto. Pero Roma no llegó a darlo, por razones que no ha querido explicitar”.
“Totezinín es una comunidad indígena formada por 85 familias. El dueño quiso vender, no obstante que el cabildo había autorizado la compra del terreno a los campesinos. Comenzaron los hostigamientos hasta que asesinaron a un líder de otra comunidad: Lázaro Condo… Apresaron a 30 campesinos, al vicario general y a miembros de los equipos pastorales.”.
“55 personas reunidas en la casa de Santa Cruz, intercambiando experiencias pastorales y realizando un diagnóstico de la actual situación de América Latina, fuimos detenidas por policías de civil, quienes con metralletas y fusiles en mano irrumpieron. Fuimos llevados hasta Quito. Ninguna explicación…”.




El País, domingo 31 de agosto del 2008
Monseñor Leonidas Proaño, líder de la ‘opción por los pobres’
En 1930 ingresa al Seminario Mayor San José de Quito para estudiar Filosofía y Teología, y en 1936 es ordenado sacerdote. Lo llamaron “Obispo de los Indios”, inicialmente como un insulto. Luego ese nombre identificó su actividad pastoral, dedicada a defender y ayudar a los indígenas ecuatorianos, en especial a los de Chimborazo. Hoy se cumplen 20 años de su muerte. Antes de morir, Monseñor Leonidas Proaño se recostó delicadamente en su cama a las tres de la madrugada del 31 de agosto, hace exactamente 20 años.
En su velador tenía dos libros, el Evangelio y Atahualpa, del escritor Benjamín Carrión. Dios y los indígenas marcaron los 78 años de vida del más grande reivindicador del indigenado quichua, al que no solo evangelizó y alfabetizó durante su sacerdocio, sino que también “le enseñó a pensar por sí mismo, iluminado por el Evangelio”.
El “Obispo de los Indios” como le llamaban, nació el 29 de enero de 1910 en la parroquia San Antonio de Ibarra. Fue hijo de padres tejedores de sombreros de paja toquilla, a quienes ayudó desde niño. “Supe, como todos los pobres, lo que es padecer de necesidad y de hambre. Pero aprendí también a soportar privaciones sin quejas ni envidias”, dice su autobiografía. Desde niño también nació su amor por los indígenas, de tanto ver el aprecio con que sus padres los trataban, el mismo cariño con el que llegó en 1954 a ejercer como obispo de la Diócesis de Riobamba hasta 1985.
En ese lapso luchó contra la explotación de los terratenientes, se adelantó a la reforma agraria y entregó tierras de la Iglesia a los indígenas, inició el proyecto de Escuelas Radiofónicas Populares (ERPE) bajo el lema Educar es Liberar, dictó cursos de alfabetización y aritmética en quichua y español, y construyó en tierras de la Iglesia centros para la capacitación técnica de los indígenas.También formó equipos de misioneros en América Latina y poco a poco consagró su liderazgo internacional, algo que le hizo ganar enemigos que incluso llegaron a decir que era comunista, que armaba guerrillas urbanas y que fabricaba bombas.
De raza mestiza, estatura mediana, rostro canela, ojos pequeños, manos encallecidas y sonrisa fácil, Leonidas Proaño defendía una Iglesia construida desde la comunidad. Después de su retiro, en 1985, recibió múltiples reconocimientos, entre ellos dos doctorados honoris causa (de la Escuela Politécnica de Chimborazo y de la Nacional), el Premio Bruno Kreisky en Viena, Austria, y la nominación a Premio Nobel de la Paz en 1986.
Tras su muerte, en 1988, se le rindió homenaje con la ejecución de la más grande campaña de alfabetización que ha tenido el país, con 300 mil alfabetizandos y unos 70 mil educadores.
Antes de morir pidió que lo vistieran con el poncho indio que solía usar aquel que un día escribió “Tú te vas, pero quedan los árboles que sembraste”.