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LAS MUJERES INDÍGENAS, de Elvira Chimborazo, Monoloma

Vamos compartiendo desde nuestra experiencia como mujeres: hay de nosotras que no estamos educadas en escuela, no sabemos leer y escribir. Además hay en algunos matrimonios todavía la opresión por parte de los maridos, de la familia grande y de la sociedad. El trabajo de nosotras va de 18 hasta 20 horas cada día, así no más. Por lo general, no se reconoce nuestro aporte para que la vida siga adelante, la realidad está en que nosotras llevamos mucho de la economía, de la vida social en la comunidad, de la educación de nuestras hijas e hijos y también conservamos más nuestras costumbres en lo religioso y en las técnicas ancestrales de la agricultura y de la artesanía.

En las reuniones de la comunidad mucho pasa de que las mujeres y los hombres jóvenes están sentados en fila a la pared, separados de los mayores que están sentados en un rincón. Después de un rato los jóvenes ríen y juegan casi de manera exagerada entre ellos. Los matrimonios de media edad pasan separados marido y mujer y entre los mayores vuelven a juntar entre hombres y mujeres; también están alegres, pero con más respeto del uno al otro que lo que se ve entre jóvenes. Empiezan las reuniones tomando la palabra los dirigentes-hombres, sacan los puntos y presentan el tema. Hay poca participación de la mujer por el recelo y el miedo de hablar bien; cuando una mujer expresa su opinión, a veces se equivoca en hablar o en ampliar la idea y ahí, parte de los hombres le toma en chiste, hace bulla y no brinda atención. Para no tener que sufrir vergüenzas, las compañeras de lleno se hacen distraer por los wawas y por los trabajos manuales, por lo mismo que los jóvenes jugando con los celulares para no aparecer mal. Cuando hay cosas oscuras, solo pocas mujeres atreven a pedir aclaraciones, la mayoría queda callada sin entender bien. Algunos compañeros entre jóvenes y mayores, duermen. Cuando se cambia al Kichwa, las mujeres hablan con más ánimo.

Se piensa que los dirigentes saben más, que están más capacitados para juzgar los asuntos y felices, la gente les deja todo que hagan ellos. Cuando hablan las mujeres solteras y peor, las madres solteras, por ejemplo presentando el tema de los derechos que ellas tienen, causa mucha burla y hasta insultos entre los hombres. En cambio, si dice la misma cosa una mujer casada, ahí solo ríen pocos. Y esto pasa en todas las comunidades cuando las mujeres piden que se les tome en cuenta.

Actualmente hay más reconocimiento de los derechos de las mujeres en hablar y en organizarse, se está más consciente de esta necesidad para alcanzar un cambio en la sociedad. Nosotras tratamos de corresponder en esto tal como podemos, a pesar de todas nuestras dificultades con la sobrecarga de trabajos. Nos organizamos porque hemos sentido la necesidad de estar reunidas y conversar sobre nuestra situación, para buscar juntas la mejora y las soluciones. Quedando solas en las casas, no hay cómo aprender e intercambiar experiencias y conocimientos. Así juntas se tiene más fuerzas ante las autoridades, así también podemos recuperar valores y las costumbres buenas que se han perdido.

Ciertamente que aquí hay mucha diferencia entre la teoría y la práctica. Ya hemos adelantado bastante en que los hombres den su apoyo y hayan tomado consciencia, a nivel de palabras. Pero hasta llevar estas palabras a sus propios hogares, a su relación con sus esposas y sus hijas, falta recorrer todavía un largo camino. En ningún lugar el hombre menciona que colabora, que facilita prácticamente a que su mujer pueda participar en actividades fuera del hogar; y esto sería la solución. En la práctica no existe esta solidaridad. Cuando toca el momento concreto en que la esposa quiere salir a un encuentro, hay amenazas, que por ejemplo ´tendría que llevarse a todos los niños y a los chanchos´, así acaba por no salir y se queda con la ira. También se pone pretextos que las mujeres mismas no quieren ir. Algo que no se puede desmentir, es que los hombres nunca pueden valorar enteramente a las mujeres, porque empiezan a no querer valorar por nada todos los trabajos que hacemos. En la realidad menoran hasta quedar en nada los trabajos de la casa, dicen que son fáciles de realizar, que se pasan echadas y que ponemos pretextos de estar encintas para no cumplir breve. Cuando nos reunimos, dicen que solo pasamos en chismes y en conversas en vez de analizar los puntos. Pensamos que primero tiene que haber la concientización de los esposos y también haber cambio de criterios en las escuelas, porque lo que no se aprendió desde chiquitos, difícil es de cambiar de grandes. Desde chiquitos aquí los varones sienten recelos de lavar, de cargar wawas, de cocinar y cuando crecen, los demás varones además se burlan tratándoles que es ´mandado de mujer´, ahí van aumentando y endureciendo estas actitudes de desigualdades para el futuro.

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